NIHILISMO
“Omi, yo pensé que tú que eres
tan intelectual no eras uribista”.
Dos aclaraciones al respecto:
“Omi” es el término acuñado por mi amiga María Andrea para referirse a mí y que
fue adoptado por otras chicas. En cuanto a lo de “intelectual” digamos que sí y
no. Sí, porque me gusta cultivar mi mente, aprender todos los días algo nuevo,
no ser monotemático. Como le dije en alguna ocasión a mi otro yo en cuerpo de
mujer y que infortunada, dolorosa y tristemente ya no está en mi vida –en otra publicación hablaré de ella— mi
sueño es ser un google andante. Y no porque un intelectual es alguien que
argumenta, propone, genera cambios en la sociedad y yo simplemente opino.
Alguien me enseñó una vez que hay una gran diferencia entre opinar y
argumentar. Sería demasiado pretensioso de mi parte considerarme un
intelectual.
Hechas esas dos aclaraciones, ahora
viene el tema en cuestión y que es complemento de mi anterior publicación. A la pregunta de “¿cómo se define usted?” llegué a la
conclusión de reducirme a tres palabras: agnóstico, hedonista y nihilista. La
vez pasada hablé de las dos primeras (ver blog anterior). Creí que la tenía clara con lo de
nihilista, pero ahora estoy ante un dilema.
Al hablar de política, es
inevitable asociarla con codicia, traición, deslealtad, hipocresía y es
precisamente por ello que me considero nihilista en lo que a política se refiere.
Sin embargo, ¿esto me inhabilita para tener ciertas simpatías por algún
político o corriente política?
En mis cuatro décadas y media de
vida, he visto como el caos, la apatía, la codicia, la ilegalidad se adueñan de
nuestro país. Ser un delincuente es más rentable que ser una persona de bien.
Quienes vivimos en la ciudad estamos secuestrados. En ocasiones no he podido
comprar arepas para el desayuno porque las bandas del sector no permiten el
ingreso de los repartidores al barrio o porque estos, los repartidores, optan
por no volver para no pagar una vacuna. El centro de mi ciudad está controlado
por bandas criminales. Basta con leer la prensa local y nacional para
saberlo. En el campo, la situación es
mucho más difícil. Lo poco que he visto y oído de primera mano me deja sin
aliento y con un dolor en el alma: Masacres, reclutamiento de menores,
extorsiones, secuestros están (¿estaban?) a la orden del día. Nuestra sociedad es una sociedad infantil,
primaria, berrinchuda que necesita que la redireccionen por la senda donde el
bien común prime sobre el bien individual. Y es por este aspecto que me
considero uribista: no se puede negociar con seres que no son aptos para vivir
en sociedad. Mi ideal es una sociedad donde se respete la ley, la norma; una sociedad
donde pueda salir tranquilo sin necesidad de preocuparme porque otro me va a
quitar lo que me ha costado conseguirlo; una sociedad donde el que quiera tener
más y se esfuerce lo pueda conseguir sin que se le critique por ello; una sociedad
de libre empresa. La “cultura” narco nos hizo mucho daño. Se quedó impregnada
en la sociedad. Muchos quieren hacerse millonarios y vivir a costa de los demás.
Este país no está listo para la dialéctica sobre cómo vivir mejor. Primero hay
que someterlo a la norma y que esa sea la premisa de la sociedad y luego ahí sí
pueden aparecer los teóricos y románticos de la sociedad. Con un niño
berrinchudo no se dialoga y, repito, esta es una sociedad berrinchuda.
“Uribestias”, “Tienen aserrín en
la cabeza”, “No tienen memoria” son los términos en que se refieren los
antiuribistas a los simpatizantes de Uribe. Me causa curiosidad verlos hablar
de paz en sus perfiles de Facebook, pero destilan odio y rencor hacia los que “no
están a favor de la paz”. Yo no sé si
todo lo que se le endilga a Álvaro Uribe Vélez sea cierto o no. Lo que lo sea,
pues que pague por ello, pero es un hecho innegable que ese talante es el que
este país necesita para encausarlo por la senda de la normatividad y el orden
social. Así como estamos, vamos muy mal.
Luego, que aparezcan los Carlos Gavirias, los Fajardos, las Claudias
López y demás que hablan tan bonito de la
sociedad y el estado, pero que estamos tan distantes de tales discursos.
Así que para resumir, me
considero agnóstico, hedonista y cuasi nihilista en lo que a política se
refiere. Creo que ya estoy listo para
una próxima entrevista de trabajo.